Tú pones el pie en la puerta, pero como creo haberla cerrado del todo, estoy tranquila y seguimos hablando. Das una patada por debajo, un golpe sordo. Trato de sonreír a pesar de todo y sigo hablando de que, curiosamente, hoy hace buen día. Me hace sentir cómoda el haberlo dejado claro. Esto no va de puertas abiertas. Aunque a mis espaldas planeas colarte por la fuerza. Das otra patada, esta vez fuerte, mirando hacia otro lado. "Perdona, ¿qué ha sido ese ruido?", te digo en tu impaciencia. "Nada, nada, no te preocupes". Como si me tomaras por una imbécil.
Cada vez que miro fuera de la ventana y te cuento felíz lo que veo, amiga, exiges que te mire solo a ti. Y una canción de fondo amarga, cada día más furiosa, echándome basura encima por algo de lo que no soy responsable. Odias todo lo que impida que te lo dé todo. Odias cosas que realmente me importan y las pisas. Has encontrado la forma de convertirme en tu juez, tu crítica artística, responsable de tu autoestima y única posible beneficiaria de tus sueños. Todo esto sin habértelo pedido. Sin decirlo abiertamente, sin darme un maldito respiro. ¿Desde cuándo embaucando a la chica al final la consigues? No en mi mundo. Todo esto no nos llevará a ninguna parte.

Hoy he metido a todo el mundo dentro y me he encerrado por fuera con llave. Como esa canción.