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"¿No hay que cambiarlo el mundo? La virtud, pues, es peor que inútil: es también un vicio. Si se necesita ser particularmente bueno es que algo va francamente mal. Maldita la época -sí- que necesita héroes y santos. No se puede transformar el mundo con la varita de masturbar nuestras virtudes: hay que derribar la Bastilla."
Santiago Alba Rico.

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8.6.09

L. era muy probablemente una de las personas más hijas de puta que he conocido en mi vida. Y en cierta forma era mi familia. Y en cierta forma lo quería muchísimo. Vivíamos en aquel piso pequeño en una ciudad totalmente nueva. A veces se metía por la noche en mi cuarto mientras yo dormía con la excusa de usar el ordenador y dejaba algunos archivos a la vista. Yo sabía que no era el tipo de persona que necesitase pedir favores o un ordenador, de sobra había comprendido hacía tiempo la maña que se daba para lograr todo tipo de cosas gratis ahí fuera. Tampoco era el tipo de persona que dejase nada al azar, ataba muy bien casi todos sus cabos. Por eso comprendía que sus textos eran mensajes que quería compartir sin reconocer que estaba haciéndolo. Todo aquello obedecía a la ley de que si yo los abría formaba parte de la cadena de pequeños delitos. El suyo mostrarse tal cual era por una vez, el mío fisgar impunemente cuando quedaba libre el camino.

De ese modo, encontré los ojos de espejo que reflejaban la tristeza de otros en una cama de una chica que yo reconocía, algunas traiciones a uno mismo de esas que te hacen madurar a golpes, como en El Tiempo de los Gitanos, perseguir toda la noche un destello de sonrisa que te hace brillar a carcajadas hasta que amanezca, aquella tarde de tetería en que las mesas parecían estar plagadas de personas fantasmas, la música en aquella terraza en la que la chica casi llegó a inclinarse sobre su baranda para caerse en él sabiendo que había más gente detrás...

Todo aquel acuerdo tácito se habría esfumado si le hubiese preguntado sobre ello. Así es como eran las cosas. Pero tenía demasiadas preguntas. Así que hice lo que siempre hacía con él, lo miré estar callado mientras se acababa su cerveza. Y entonces esperé a que sus ojos dijeran algo. Nadie que yo haya conocido antes o después ha sido tan capaz de estar callado tanto tiempo como él. Pero mi curiosidad tenía paciencia. Me miró y vi dentro de él. Escombros, búsqueda, árboles de riscos, intensidad, infierno. Todo aquello que no se debe ver cuando sabes que alguien más va a enfadarse si te quedas en esa mirada demasiado tiempo. Alguien como tu novio, alguien como su hermano.

Cerró la puerta bastante fuerte detrás de él. El sonido dijo "no quiero encontrarme con nadie aquí cuando vuelva". Ni aquella ciudad tan libre habría podido salvarnos de no ser por que yo también salí andando en la dirección opuesta.

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"¡Por un fusible y un rotor! Es una advertencia al lector: las cosas van mal, pero irán peor. Digan lo que digan, éstos gripan mejor que Reagan. La humanidad no para de avanzar: primero vino Felipe y ahora tenemos a Aznar. ¿Por qué no me dejan participar? ¡Por un cable y un pistón! ¡No acepto la jubilación! ¿Por qué no me dan un nombramiento? Volveré, lo garantizo, y globalizaré hasta el granizo. jajajajaja. ¡Qué mala, pero qué mala soy!

Prólogo de la Bruja Avería en El Libro de la Bola de Cristal,
por Santiago Alba Rico.